Cada otoño e invierno, los medios de comunicación comienzan a contar historias sobre por qué le debemos tener miedo, e incluso pánico, a la gripe. Desde el año 2010, los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC, por sus siglas en inglés) han afirmado que entre 12 000 y 56 000 personas mueren de influenza cada año.
Cuando nos percatamos de que cada año, la industria farmacéutica gasta miles de millones de dólares para promover sus medicamentos sumamente rentables en varios programas de noticias de radio y televisión.
No es de extrañar que estos programas de noticias le "retribuyan" a las grandes farmacéuticas por medio de la mejor herramienta de mercadotecnia jamás creada: al infundir "pánico" en las personas.
Y la cooperación de los CDC con estas exageradas estadísticas es solo una prueba de la cercana relación que esta autoridad mantiene con la industria de la medicina.
Resulta inevitable que los medios de comunicación nos recuerden la famosa epidemia de gripe de 1918, donde presuntamente murieron 50 millones de personas a causa de dicha enfermedad. Ya que este año, 2018, es el centenario de esta gran epidemia, los medios de comunicación pueden intensificar el factor miedo incluso a niveles superiores. ¡Bravo!
Sin embargo, se puede suponer que los grandes medios de comunicación no emitirán información veraz sobre la influenza y su historia, ya que dicha historia en realidad demuestra que una muy significativa cantidad de estas muertes no fue consecuencia de la gripe, sino al uso de varios tratamientos para eliminar la fiebre, que incluyen a la aspirina, acetaminofén, quinina, arsénico (increíblemente) e incluso al sangrado.
En términos más atinados, la "epidemia de influenza" debería considerarse como una "epidemia de tratamientos para suprimir la fiebre".
Se admite ampliamente que la fiebre es una defensa vital del cuerpo como parte de sus esfuerzos para combatir infecciones. La fiebre le permite al cuerpo aumentar su producción de interferón, una importante sustancia antiviral que es fundamental para combatir infecciones.
La fiebre también aumenta la movilidad y actividad de los glóbulos blancos, que son factores decisivos en la lucha contra las infecciones.
En 1982, Jane Brody, una antigua y respetada columnista de salud del diario The New York Times , informó sobre los beneficios curativos de la fiebre.
Señaló: "ahora varios médicos, incluidos los pediatras, están sugiriendo que se permita que las fiebres moderadas sigan su curso, ya que podrían acortar la enfermedad, potenciar la acción de los antibióticos y reducir las posibilidades de contagiar la infección a otras personas". 2
Desde hace más de 2000 años es bien sabido que la fiebre es beneficiosa, y a lo largo de la historia, los beneficios curativos de la fiebre han sido tan importantes que muchos pacientes fueron tratados con "terapia febril" para ayudarles a recuperarse de enfermedades como el cáncer y la tuberculosis e incluso trastornos mentales.
Sin embargo, a fines del siglo XIX, se demostró que la aspirina y sus diversos compuestos reducían rápidamente la fiebre, y la perspectiva médica sobre la fiebre cambió drásticamente.
Las compañías farmacéuticas han convencido con éxito a los médicos convencionales y al público en general de estar atentos a disminuir las fiebres, en ocasiones incluso a través de medidas tan radicales como los baños fríos y friegas de alcohol junto con el uso de la aspirina.
En referencia a la gripe y la fiebre, la conclusión es que tiene poco sentido suprimir de forma enérgica las defensas naturales del cuerpo contra las infecciones virales. Por supuesto, existen algunas excepciones.
Por ejemplo, tendría sentido buscar atención médica en esos casos extremadamente raros cuando la fiebre ha estado por encima de los 40 grados celcius durante más de seis horas o en cualquier fiebre que se presente en un pequeño bebé de menos de 4 meses de edad.
Sin embargo, como verá, los médicos a principios del siglo XX prescribieron dosis masivas de medicamentos para suprimir la fiebre a prácticamente todas las personas que la desarrollaban.
Aunque los médicos de hoy en día afirman creer en la "evolución", por el contrario, no muestran respeto por ella al tratar diversas enfermedades en las personas. Una parte integral de la evolución es que el cuerpo humano se defiende a sí mismo de las infecciones o del estrés al hacer sus mejores esfuerzos para sobrevivir.
De hecho, la fiebre es uno de los mecanismos de defensa más importantes para el cuerpo: Durante una fiebre, el cuerpo naturalmente secreta interferón (un químico antiviral), aumenta el número y la movilidad de los glóbulos blancos para que puedan ayudar a combatir la infección y une al hierro con las células para que los microbios no puedan alimentarse de él.
Sin embargo, hoy en día demasiados médicos recetan medicamentos que actúan directamente en contra de los esfuerzos de autodefensa del cuerpo, incluidas las fiebres.
En 1899, la compañía alemana, Bayer, comenzó a comercializar su nuevo medicamento "milagroso", la aspirina. La aspirina se vendió como analgésico Y como medicamento para bajar la fiebre. Pocas personas podrían discutir su efectividad. Redujo claramente ciertos tipos de dolor y fiebre de forma evidente.
Aunque en un principio se podría pensar ingenuamente que bajar la fiebre era una buena idea, dicha acción inhibe los esfuerzos del cuerpo para defenderse de la infección. Consumir aspirinas u otros medicamentos para reducir la fiebre cuando una persona tiene influenza, es similar a hacer que la persona combata los virus de la gripe con las dos manos atadas detrás de la espalda.
Resulta que la patente que Bayer tenía sobre la aspirina en los Estados Unidos, expiró en febrero de 1917, lo que permitió que todas y cada una de las compañías farmacéuticas fabricaran la aspirina a precios extremadamente bajos.
Estos hechos condujeron a una convergencia de eventos que creó "el escenario perfecto" para la prescripción de un medicamento barato. Esto fue incitado por organizaciones y revistas médicas, así como varias agencias militares y gubernamentales en una época en la que no se sabía que la aspirina y otros medicamentos contra la fiebre tenían un lado realmente negativo.
La revista JAMA recomendó una dosis de 1000 mg cada tres horas (inconcebible), que es el equivalente a casi 25 tabletas regulares de aspirina de 325 mg en 24 horas.
Tales dosis son más de DOS VECES la dosis diaria que actualmente es considerada segura y, de hecho, hoy en día se desaconseja específicamente tomar aspirinas cuando se tiene influenza, ¡mucho menos 25 tabletas al día!
Sin embargo, en 1917 y 1918, el Cirujano General de la Marina de los Estados Unidos también recomendó la aspirina como un tratamiento contra los síntomas de la influenza, y como resultado parcial de dicha recomendación, los militares compraron enormes cantidades de aspirina en esos años.
Es aún más sorprendente destacar que, de acuerdo con la famosa revista Smithsonian , algunas autoridades médicas de ese momento, recomendaron dosis extremadamente elevadas de aspirina de hasta 30 gramos por día (¡lo que equivale a 250 tabletas de aspirina al día!).
Con base en el conteo más conservador del Departamento de Guerra, la influenza enfermó al 26 % del ejército, que eran más de 1 millón de hombres, y cobró la vida de cerca de 30 000 antes de llegar a Francia. La Marina registró más de 106 000 hospitalizaciones por influenza y neumonía en 600 000 hombres (y estas cifras no incluyen a las personas que experimentaron casos leves de gripe).
Dado que se sabe que la epidemia de influenza de 1918 mató a tantos "jóvenes", no es de sorprender que un porcentaje particularmente alto de las personas que fallecieron estuvieran en el ejército y tuvieran fácil acceso al peligroso tratamiento médico indicado para su edad en aquel entonces.
La muerte por influenza suele atacar a bebés y ancianos, por lo que era muy inusual la cantidad de jóvenes afectados de entre las edades de 18 a 40 años (la edad común de las personas en el ejército) que hubo en la epidemia de 1918.
Una verdadera "prueba definitiva" que evidencia que la aspirina fue un cofactor importante en tales muertes fue el observar que muchos de estos jóvenes murieron a causa de un tipo de neumonía que incluía cantidades significativas de sangre en los pulmones. Esta es una conocida afección ocasionada por la aspirina (y es una enfermedad que rara vez se observa en personas jóvenes con gripe).
Es posible que una razón por la que se observaron considerablemente menos muertes en bebés y niños durante esa epidemia de influenza sea que la aspirina NO se recomendaba para los infantes en el manual de pediatría más importante de la época. En cambio, se recomendaba la hidroterapia (terapia de agua/baños).
No solo en los Estados Unidos se recetó de manera excesiva el uso de la aspirina y otros medicamentos para reducir la fiebre en las personas con influenza. Un informe histórico de 1920 para el Ministerio de Salud británico sobre la pandemia de influenza recomendó que la dosis de aspirina fuera de 975 a 1300 mg (3 o 4 tabletas). No se especificó ninguna frecuencia.
Por lo general, estas altas dosis de aspirina se repetían cada una, dos o tres horas. Un médico de Londres se jactó de tratar a su paciente con 1300 mg (4 tabletas) por hora durante 12 horas sin parar.
Para su información, los médicos en 1918 no solo recomendaban la aspirina para bajar la fiebre; empleaban una amplia variedad de medicamentos con el mismo objetivo. Ya sea que hubiera aspirinas disponibles o no, utilizaban el medicamento que consideraban que bajaría la fiebre.
En general, los médicos recomendaban la quinina (se solía aconsejar una cantidad altamente peligrosa de este medicamento: 1.3 gramos por hora; hoy en día no se recomienda tomar más de 2 gramos diarios).
Otros médicos insistieron en prescribir arsénico (inverosímil) y otras soluciones metálicas; un médico muy prominente incluso recomendó la flebotomía.
A pesar de la afirmación ampliamente conocida de que no se le debe recetar aspirina a las personas con influenza (incluso puede buscar en Google al respecto y confirmará que NO se aconseja), muchos médicos todavía la recetan sin control y, por desgracia, algunos adultos ingenuos la recomiendan para ellos o sus hijos.
No es de extrañar que tantas personas murieran en la epidemia de influenza de 1918; su muerte no se debió a la influenza, sino al uso excesivo de aspirinas y otros medicamentos para combatir la fiebre en esa época.
Por desgracia, hasta que los médicos aprendan a respetar la fiebre como una defensa importante del cuerpo y dejen de prescribir a las personas con influenza, es posible que volvamos a experimentar un gran número de muertes por esta enfermedad que es generalmente inocua.
En 1916, el Dr. W.A. Dewey, un médico homeópata que era profesor en la Universidad de Michigan, había sido acusado de compilar una lista de las instituciones en los Estados Unidos que contaban con escuelas de medicina homeopática.
Registró 101 instituciones homeopáticas, entre ellas la Universidad de Boston, Universidad de Minnesota, Universidad de Iowa, la Escuela de Medicina Homeopática de Nueva York (que hoy se conoce simplemente como la Escuela de Medicina de Nueva York), la Escuela de Medicina Hahnemann y la Universidad Estatal de Ohio, entre otras.
Más tarde, en 1919, Dewey asumió la tarea de evaluar las muertes por influenza en dichas instituciones. Se consideraba que una institución era "homeopática" si la gestión hospitalaria se realizaba por un médico homeópata, si su personal era homeopático y si la atención clínica solo se llevaba a cabo por médicos homeopáticos.
Estas 101 instituciones en 1918 representaban 20 092 camas, es decir, 110 000 pacientes hospitalizados. O, si se incluye a los servicios ambulatorios, la cifra asciende a 750 000 pacientes. Treinta médicos en Connecticut respondieron a la solicitud de información de Dewey. Se reportaron 6 602 casos y 55 muertes, lo cual corresponde a menos del 1 %.
El Dr. Frank Wieland, un médico homeópata de Chicago, informó que en una fábrica de 8 000 empleados donde se proporcionó el tratamiento homeopático, solo se reportó una muerte por influenza. Wieland señaló que el medicamento homeopático Gelsemium fue prácticamente el único remedio utilizado.
Dewey se sorprendió al descubrir que la tasa promedio de mortalidad en estas instituciones era del pequeño porcentaje de 4.1 % en sus 110 000 pacientes, en comparación con el 30 % de los hospitales administrados y atendidos por médicos convencionales.
El Dr. T. A. McCann fue un respetado médico homeópata que interactuaba bastante con médicos convencionales. De hecho, fue uno de los pocos médicos homeópatas en trabajar con la Federation of State Medical Examining Boards en todos los EE. UU., desempeñándose como vicepresidente de 1914 a 1915. En la actualidad, McCann es citado a menudo por su informe sobre los impresionantes éxitos del tratamiento homeopático durante la epidemia de gripe de 1918.
En 1921, en la 77a convención anual del Instituto Americano de Homeopatía en Washington, DC, informó que 24 000 casos de gripe que fueron tratados en hospitales de medicina convencional tuvieron una tasa de mortalidad del 28.2 %, mientras que 26 000 casos de gripe que se trataron en hospitales homeopáticos tuvieron una tasa de mortalidad del 1.05 %.
En su hospital, el Dr. W. A. Pearson, decano de medicina en la Escuela de Medicina Hahnemann de Filadelfia, evaluó 26 795 casos de influenza tratados por médicos homeópatas con una mortalidad de tan solo el 1.05 %.
El Dr. H.A. Roberts, quien luego se convirtió en el editor de una de las principales revistas de homeopatía, registró su experiencia tratando soldados durante la Primera Guerra Mundial. Durante el traslado de soldados a Europa, reportó 81 casos de influenza, donde todos se recuperaron y ninguno murió. En cambio, era común que los barcos perdieran docenas de soldados.
El Dr. Royal Samuel Copeland (1868-1938) fue nombrado presidente de la Junta de Salud de Nueva York de 1918 a 1923. Copeland fue un médico homeópata y, antes de ello había sido profesor de oftalmología y otología (salud de los ojos y oídos). Es generalmente reconocido por ayudar a mantener la calma pública durante esta epidemia mundial.
Además, en esa época cuatro de los principales hospitales de la ciudad de Nueva York eran instituciones homeopáticas, de los cuales todos presentaron tasas de mortalidad extremadamente bajas durante la epidemia.
Copeland realmente alardeó de los resultados que tuvieron estos hospitales durante la epidemia de influenza de 1918 al exhibir el menor porcentaje de muertes frente a cualquier otra ciudad del mundo.
Los éxitos médicos de Copeland fueron tan apreciados en todas partes, que en 1922 intentó convertirse en senador de Nueva York y tuvo a Franklin D. Roosevelt como director de campaña. Terminó siendo elegido tres veces como senador y quedó inmortalizado al ser autor de una de las leyes de derechos de los consumidores más importantes que se hayan promulgado: la Ley Federal de Alimentos, Medicamentos y Cosméticos de 1938.
Esta legislación facultó a la Administración de Alimentos y Medicamentos (FDA, por sus siglas en inglés) de los Estados Unidos para regular los medicamentos, y le otorgó un reconocimiento federal y oficial a la Farmacopea Homeopática de los Estados Unidos, con lo que le concedió autoridad legal a la homeopatía y a los medicamentos homeopáticos.
Copeland murió tres días después de que su propuesta se promulgara como ley.
El éxito de la homeopatía en el tratamiento de la destacada epidemia de 1918 no fue sorprendente. La principal razón por la que la homeopatía ganó tanta popularidad durante el siglo XIX se debió en parte a sus considerables y evidentes éxitos en el tratamiento de las muchas enfermedades infecciosas de ese tiempo, incluidas las epidemias de fiebre amarilla, escarlatina, tifoidea, y cólera.
Diferentes papas del Vaticano le otorgaron el premio más alto que se podía otorgar a una persona que no pertenecía al clero, a tres médicos homeópatas que proporcionaron tratamientos homeopáticos efectivos durante las epidemias de cólera y tifoidea en el siglo XIX.
Para actualizar esta experiencia histórica hay tres grandes estudios modernos que evaluaron al oscillococcinum, un medicamento homeopático originario de Francia que es popular en el tratamiento de la gripe, y se encontró que dicho medicamento es clínicamente eficaz. Uno de estos estudios demostró que 70 % más personas se aliviaron de gripe en las 48 horas posteriores a la toma de este medicamento homeopático frente a las que recibieron un placebo.
Incluso la famosa revista médica The Lancet reconoció la sorprendente eficacia de este medicamento en el tratamiento de la influenza. El hecho de que el medicamento homeopático oscillococcinum se fabrica del hígado y corazón de patos, resulta especialmente interesante.
Los biólogos y epidemiólogos han reconocido que los patos portan una gran variedad de virus de influenza en sus tractos digestivos y, por lo tanto, estos animales son un instrumento de propagación de varios tipos de virus de influenza, incluidos los causantes de la "gripe aviar".
Es interesante destacar que los patos son conocidos por infectar a humanos y pollos, donde prácticamente el 100 % de los pollos infectados mueren a causa de la influenza, y aún así, los patos son inmunes a ella. Parece que esa inmunidad y capacidad para combatir los virus de influenza se transfieren al medicamento homeopático.
El hecho de que los especialistas en homeopatía hayan usado oscillococcinum desde 1928 sugiere que han sido más conscientes de este importante medio de propagación de la gripe. Además, durante alrededor de un siglo, los homeópatas y sus pacientes han estado usando este medicamento inocuo y efectivo.
Además del oscillococcinum, también hay varios otros medicamentos homeopáticos que se usan para tratar a las personas con gripe, aunque el uso efectivo de estos medicamentos requiere la personalización del tratamiento con base en el síndrome sintomático que es único en cada persona. Algunos de los medicamentos homeopáticos más comunes son:
Gelsemium (jazmín de virginia) |
Bryonia (vid blanca) |
Arsenicum album (anhídrido arsenioso) |
Eupatorium perfoliatum (eupatoria) |
Rhus toxicodendron (roble venenoso atlántico) |
Nux vomica (nuez vómica) |
Belladonna (solanácea venenosa) |
Aunque algunos de los remedios son sustancias tóxicas conocidas, las dosis súper pequeñas utilizadas en la homeopatía hicieron que la FDA las considerara lo suficientemente seguras como para ser contemplados como medicamentos "de venta libre", es decir, no requieren de receta médica.
Las dosis ínfimas que se usan en la homeopatía hacen que se le considere debidamente como "la nanomedicina original". Las "nanodosis" usadas en la homeopatía permiten que sea extremadamente segura cuando se administra en dosis que por lo general son poco frecuentes, en las que tales nanodosis son mucho más capaces de penetrar las membranas celulares y la barrera hematoencefálica que las dosis grandes y tóxicas de medicamentos.
Para obtener detalles sobre cómo determinar qué remedio emplear, le recomiendo obtener un ejemplar de algún libro sobre homeopatía, como los que he leído — Everybody's Guide to Homeopathic Medicines, Homeopathic Medicines for Children and Infants — o que han escrito algunos de mis respetados colegas como el libro Parent's Guide to Homeopathy de Shelley Keneipp u Homeopathic Self-Care de Robert Ullman y Judyth Reichenberg Ullman.
Los CDC recomiendan enérgicamente la vacuna contra la gripe para prácticamente todas las personas, a pesar de ser ampliamente conocido que esta vacuna es una de las menos eficaces que hay en la actualidad.
De hecho, de acuerdo con la revista Scientific American , "a pesar de las recomendaciones del gobierno, hay poca evidencia de que las vacunas contra la gripe ayuden a las personas mayores de 65 años o menores de 2".
En cuanto a los adultos, se publicó una revisión de los mejores estudios en una de las revistas médicas más respetadas del mundo, en la cual se determinó que los adultos obtenían muy pocos beneficios de la vacuna. La revisión concluyó lo siguiente:
"Es probable que la inoculación de vacunas contra la influenza tenga un pequeño efecto protector contra la misma, así como contra enfermedades que causan síntomas similares a los de la influenza (ILI, por sus siglas en inglés), ya que sería necesario vacunar a 71 personas para evitar un caso de influenza, y 29 para impedir la presencia de ILI.
La vacunación podría tener poco o ningún efecto significativo en el número de hospitalizaciones o días laborales perdidos por incapacidad".
Además, también afirmaron: "No estábamos seguros de la protección que la vacuna inactiva contra la influenza le proporciona a las mujeres embarazadas contra las ILI y la influenza, o al menos se trata de una protección muy limitada".
Cabe señalar que hoy en día alrededor del 20 % de las vacunas contra la gripe se hacen con timerosal (un compuesto de mercurio).
Si bien los CDC y la FDA insisten en que no existe ningún vínculo "causal" entre el mercurio y el autismo, es bien sabido y aceptado que el mercurio es una neurotoxina que está claramente "asociada" con varios síntomas y síndromes neurológicos, incluido el autismo.
Muchos homeópatas recomiendan una forma mucho más segura de reducir la incidencia de influenza.
Una opción de protocolo es emplear el compuesto Influenzinum 9C (cada año, algunas compañías homeopáticas crean una nueva versión de este medicamento e incluyen en él los tres virus de la gripe más comunes, según lo determinado por el Instituto Pasteur, que son los mismos virus que se suelen añadir a la vacuna contra la gripe).
Este medicamento homeopático se fabrica en una dosis mucho más pequeña que cualquier vacuna, y no incluye ningún "aditivo", es decir, mercurio, aluminio ni formaldehído.
Hasta el momento, no se han realizado investigaciones formales para evaluar la eficacia de este tratamiento, aunque incluso los escépticos reconocen que por lo general tales medicamentos homeopáticos son esencialmente seguros.
Su salud se ve amenazada por todas las direcciones. Estamos rodeados de toxinas ambientales, alimentos ultraprocesados, campos electromagnéticos, organismos transgénicos (OGM) subsidiados por el gobierno y una variedad de otros peligros. Es simplemente imposible protegerse a menos que cuente con información saludable de vanguardia.
Fuentes y referencias: